Aunque parezca que últimamente se han puesto de moda, los atentados y agresiones reivindicativas contra las obras de arte expuestas en los museos llevan produciéndose desde varios años atrás.

Consideramos una obra de arte como cualquier objeto de interés artístico, histórico y/o cultural.

¿Cómo se aseguran estos bienes, algunos de valor incalculable, de los actos vandálicos u otros posibles daños? Normalmente se canalizan a través de pólizas de seguro especiales, que pretende asegurar las obras de arte contra todo daño y/o pérdida física ocurrido durante el período de seguro convenido, por lo general a todo riesgo y bajo la modalidad de seguro “clavo a clavo”. Incluye la cobertura de transporte de las obras aseguradas desde su localización original, las operaciones de embalaje, desembalaje, manipulación e instalación, la estancia en el lugar de exposición y/o anterior o posterior a la misma, y el transporte de regreso de la obra a su localización original o a cualquier otro punto que se designe como fin de viaje.

La cobertura de estas pólizas contemplan los daños causados a las obras por actos vandálicos cometidos durante su exposición en museos, galerías públicas o privadas.

Pero si analizamos este mercado asegurador, vemos que el precio de las primas no ha subido después de las últimas agresiones, ni tampoco se ha reducido el número de exposiciones. Esto se debe a que las obras atacadas ya están protegidas para evitar posibles daños.

Por eso, el seguro de obras de arte está dirigido sobre todo a proteger el patrimonio de las obras menores de galeristas, administraciones, particulares, que no tienen esos escudos de seguridad.

Las obras de arte más famosas expuestas de forma permanente en los grandes museos, como las Meninas, el Guernica o Los Girasoles de Van Gogh, que fue atacado recientemente con salsa de tomate, ni esas ni otras grandes obras maestras están aseguradas, porque el coste de hacerlo sería inasumible para los museos: de su posible daño y deterioro se encargan los servicios de restauración del propio museo y, en última instancia, los cubre el Estado.

Eso sí, para intentar reducir los ataques, se han reforzado considerablemente las medidas de seguridad en los grandes museos, con controles de entrada más exhaustivos.

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